mbeiran

Researcher in computational neuroscience. Paris

Página web: http://mbeiran.wordpress.com

Contagion, de Steven Soderbergh (Contagio)

Hoy en día, la calidad cinematográfica no sabe a nada. Hace cuarenta años, esto, no pasaba coño. Expertos sobre el tema han  anunciado que es probable que se haya extinguido. Lo que ahora se oye es el ruido de los ladridos cuando se encienden las luces. Un grito continuo, continuado, de jaleadores PRO y jaleadores CONTRA dispuestos a matarse en hiperbólicas discusiones que siempre divergen. Cada película es carne fresca.

El sistema global, lo que hace es decuplicar la intensidad del grito, sostenerlo permanentemente en internet, silenciar la calidad. En vuestros ojos. En vuestra sangre. Como un virus. Parece que los mejores cineastas son aquellos que más decibelios alcanzan. Que si Sofia Coppola es la mejor directora del mundo, que si hay cine después de Von Trier, que si Aranofsky es la voz de una nueva generación. Cuanto más tonto sea el argumento. Mejor. Más audiencia. Más dinero.

Hoy York está anticapitalista. Como todos los domingos que no trabaja. Por eso apoya un poco este bodrio irregular e interesante de Soderbergh. Un autor que hace lo que quiere y siempre con relativa solvencia. Su frialdad juega a su favor. Creo que no tiene club de fans.

Si hay que hablar de la película (¿hay que hablar de la película?) diré que me han gustado prácticamente una escena y dos ideas. La escena:        una niña adolescente tiene que vivir encerrada en casa por el virus. El padre, desolado, habla con una amiga mientras la niña, con una cara gris sobre fondo gris, coge su iPhone y dice por Whatsapp que está triste. No cambia el gesto. Gris.         Fin de la escena.

Después creo que dicen algo de la globalización y las epidemias a través de varias historias cruzadas. A veces parece un documental y el principio, sin ningún fallo clamoroso, es aburridamente plano. Los actores, guay. Por algo se han dejado la pasta. Alguna trama es tonta. Alguna idea no es trivial. Es actual. Es certera. Tiene un poco de homenaje lamentablemente optimista.

Si sigues así, conseguirás no entusiasmar nunca mucho a nadie. Bien hecho. Tampoco te van a odiar.

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Blue Valentine, de Derek Cianfrance

York a veces se confunde. A York a veces le confunden. Le confunden los diez mil tópicos que caben en los tres minutos iniciales de la película. Le confunde esa cámara inquieta, que a veces apunta un poco más arriba de donde debería apuntar. A veces un poco más abajo. Y a veces más a un lado, en un Autotune©  de errores.

Y es que claro, por muy chulo que sea el apellido del director, nos cansa tanto desenfoque y encuadre móvil. Claro, que si lo hace Claire Denis, York va y nos dice que la cineasta está reabriendo el debate-tan-Nouvelle-Vague sobre los límites de la imagen. Pero es que cada vez que estos yanquis mueven la cámara, huele a Sundance que da asco.

Ya tenía preparada su vuelta York con una reseña destructiva destructiva cuando algo se enciende en pantalla. York reflexiona, mira al suelo, reflexiona y piensa. Sólo se puede llegar a descubrir algo desde territorio conocido. Se deja llevar.

Resulta que es todo un juego de contrastes. Un «ey, Derek, vamos a mezclar el principio con un final. Creemos una película nueva, una palabra nueva, un fincipio. A ver qué sale, tú». Una historia de amor con personajes reales. Ryan Gosling y Michelle Williams produciéndose a sí mismos, luchando cuerpo a cuerpo, al borde del abismo en un papel que clama por una nominación al Oscar.

En casa nos ha convencido la mezcla. La sencillez de la propuesta. El dolor. Las expectativas iniciales. Ese sentimiento de que la oscuridad es más antigua que el amor. Pese al amor.

Indies americanos: Venga. Aceptadlo. Nunca seréis europeos.

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Super 8, de J.J. Abrams

Vuelve York. Vuelve el Papa. Vuelve Boyero. Vuelven las tormentas de verano. Los blockbusters. El principio del amor. El fin. Las vacaciones y el síndrome post-vacacional. Los psicólogos. Los telediarios. Las noticias. Y los periódicos en su versión más seria. Vuelve York.

Y todo sigue igual. En mi desayuno. Cada verano nos intentan colar un bluf exitoso, comercial y tramposo que divida a la crítica y excite al público. Pasó con Origen, pasó con El caballero oscuro, pasó con varias películas de Pixar. Y este año le toca a Super 8 de J.J. Abrams. Es algo así como los exámenes anuales. Hasta mi abuela sabe si una película es relativamente buena o relativamente mala. Sólo con estos productos se puede definir cierto criterio como acertado o desacertado. En el examen es todo al negro o todo al blanco. Que le jodan al blanco roto y al gris perla. Super 8 es un BLuF. Y Carlos Boyero, and company, vuelven a patinar.

Digamos que, en un alarde de esa nostalgia que tanto odiamos, se han vuelto las cámaras a los 80. Las pandillas de amigos, la bicicleta, los dramas de la niñez, las aventuras rurales, Spielberg (produciendo), la torre del agua, los secretos, los monstruos y los padres borrachos. Hasta han conseguido actores que tendrían que haber nacido 25 años antes para poder triunfar en el cine.

¿Entonces cuál es la diferencia entre Super 8 y, por ejemplo, Los Goonies y E.T.? Es obvio, people. La crisis, el 15-M y Gadafi. O sea, que está rodada en el 2011. Y, con mucho ingenio, se consigue cambiar la narrativa para que todo parezca como antes, cuando evidentemente no lo es. No confundan ingenio con inteligencia. Siguiendo la ruta de las series más mainstream, se ataca al público con infinitas tramas al mismo tiempo a un ritmo agotador. Dejar minutos para pensar al espectador es pecado hoy en día. También se incluyen tacos. Joder. Puta.

¿Esto es cine, man?

Nostalgia made.in.USA: a falta de posguerra, bueno es el cine de los 80

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Cerrado por reformas

Serán unas duras semanas para ustedes.

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